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Cuervo terror
  • Foto del escritorAnjoss

Área experimental - Dr. Ramikov



Primera parte

El Dr. Ramikov se dirigía la sala de operaciones mientras se acomodaba correctamente el guante de látex de su mano derecha. Los soldados que montaban guardia en la entrada le abrieron la puerta y lo saludaron llevando la mano a su frente. Ramikov caminaba sin apuro, a paso firme, imponente. El ojo de vidrio que reemplazaba a su órbita izquierda, y la enorme cicatriz que trazaba su mejilla, delataban parte de su personalidad fiera; adjudicándole una apariencia temible, signo de respeto por todos. Dentro, los demás médicos le esperaban desde el observatorio de la sala. Ramikov dirigía las pruebas que se llevaban a cabo en aquella base militar científica. El observatorio consistía de un enorme vidrio que separaba la sala de operaciones del observatorio; el cristal era opaco para el sujeto de prueba, pero claramente visible para los observadores. Poseía una enorme máquina que medía las pulsaciones del individuo y una radio con micrófono y parlantes que comunicaba con la sala de operaciones, justo en frente. Ramikov saludó con los colegas y se colocó el mandil de botones rojos que tanto lo caracterizaba. Tomó asiento en su escritorio y firmó rápidamente unos papeles. ̶ Hora de empezar ̶ dijo, finalmente. La sala de operaciones se iluminó: un cuarto blanco con una mesa quirúrgica en el centro. Los dos médicos encargados del trabajo ingresaron a la habitación, vestidos con sus trajes verdes y mascarillas. ̶ Que pase el primer Sujeto de hoy ̶ ordenó, Ramikov, por el micrófono. Se abrió una puerta lateral y un hombre de tez blanca ingresó por ella. La venda en sus ojos era de color negra, y la bata blanca que vestía era tan larga que se enredaba entre sus pies. Iba dando tumbos, quejándose en cada empujón, “¿A dónde me llevan? “Exclamaba. Lo amarraron a la mesa quirúrgica y la elevaron hasta dejarlo totalmente vertical, noventa grados. Luego le quitaron la venda. El hombre tardó en acostumbrarse a la luz del lugar, intentó moverse y notó las ataduras. Antes de que pudiera emitir palabra alguna, uno de los doctores le introdujo una enorme bola de papel en la boca. ̶ Tenemos propuestas interesantes para ti ̶ dijo, Ramikov, con una enorme sonrisa. El hombre balbuceaba cosas inentendibles, sacudiéndose en el lugar, tratando de liberarse de las ataduras. ̶ Consultemos ̶ Ramikov chequeó rápidamente unas páginas sostenidas en un tablero de madera. Colocó su dedo en una línea y leyó cuidadosamente para sus adentros. Rio fuertemente y agregó ̶ Parece que alguien se quedará sin brazos. El hombre gritó bajo el papel; Ramikov, muy calmado, ordenó que lo callaran. Los doctores le propinaron varios golpes y el hombre se rindió. ̶ Verá ̶ Ramikov se puso de pie ̶ Su vida no será gastada en vano. Lo que hacemos aquí es ciencia, y la ciencia requiere... sacrificios. Hombres insignificantes que puedan dar su vida para el progreso científico. De esa manera le hacemos un favor, ¿No lo cree así? Permitimos que muera por un buen propósito; lo transformamos en un héroe al entregarse por el futuro de la sociedad. El hombre atado mantenía sus ojos muy abiertos. La simple voz ronca de Ramikov lo ponía horrorizado; su respiración era tan rápida que parecía su pecho iba a estallar. ̶ Y lo que averiguaremos hoy ̶ continuó ̶ es cuánto es capaz de resistir el cuerpo sin una de sus extremidades, antes de morir desangrado ̶ rio, y agregó ̶ en posición vertical. El prisionero se volvió a mover frenéticamente. Una de las correas estuvo por desatarse, y su rabia se calmó en cuanto fue golpeado fuertemente en la cabeza. ̶ Empecemos ̶ ordenó, Ramikov ̶ Que sea el derecho. Uno de los doctores cargó la jeringuilla con anestesia y cuando estuvo a punto de inyectarla, Ramikov lo detuvo: ̶ ¿No conoce mis procedimientos? ¿Es nuevo? ̶ regañó, con voz fuerte ̶ ¡No inyectamos esa porquería aquí! No en mis turnos. El doctor se disculpó y lanzó el instrumento al contenedor. ̶ El sufrimiento es parte de la medición ̶ susurró, Ramikov. Uno de los doctores encendió la sierra eléctrica circular; el Sujeto se movió desesperadamente, la sierra se colocó a medio centímetro de su brazo y... ̶ ¡Alto! ̶ exclamó, Ramikov ̶ Lo he pensado mejor; yo me encargo. Ramikov solía tomar los Sujetos de Prueba ocasionalmente. Se encargaba del trabajo él mismo; cuando estaba de humor, según le comentaba a sus colegas. “O cuando los doctores de turno son ineptos” Lo cierto es que lo hacía, muy placenteramente. Se colocó la mascarilla y el traje verde. Ingresó a la sala de operaciones y colocó su reloj de muñeca en la cabeza del Sujeto. ̶ Donde se caiga, lo pagarás muy caro ̶ advirtió, ante la mirada de pánico del prisionero. Encendió la sierra, la acercó lentamente hasta el brazo derecho del hombre, y penetró su carne de un solo golpe. El hombre se desmayó mucho antes de poder gritar alguna cosa; el dolor lo venció. La sangre que desprendía la extremidad siendo cortada manchó al Ramikov completamente, y bajo la mascarilla, el hombre sonreía ante la sensación de la sierra cortando el hueso. La habitación, blanca, se vio salpicada por manchas rojas en todas sus paredes, y el suelo se transformó en una piscina de sangre. Cuando el brazo cayó; Ramikov activó el cronómetro de su reloj ̶ Que logró mantenerse en la cabeza del sujeto ̶ ̶ Tomemos tiempo. Doctor, controle las pulsaciones, en cuanto el corazón se detenga, me avisa. Ramikov se retiró los guantes ensangrentados y los echó al depósito. Hizo lo mismo con la bata y la mascarilla. Llegado a los cuarenta segundos, el hombre despertó. La primera imagen que captaron sus ojos fue la de su brazo en el suelo, inerte. El Sujeto se estremeció ante el suceso, dio movimientos desesperados y el reloj de la cabeza cayó al suelo, rompiéndose en pedazos. ̶ Te lo advertí ̶ comentó, Ramikov ̶ Cortadle el otro brazo. El papel cayó de la boca del hombre, y su gritó se escuchó con un gran eco. Pero fue corto, muy corto, porque en cuanto los doctores cortaban el segundo brazo, su vida se había escapado ya.


***


El largo pasillo que albergaba a los Sujetos de Prueba, atados con cadena de pies y manos, fue inundado por un grito de dolor, penetrante. ̶ Otro hermano ̶ susurró uno de los prisioneros; un hombre anciano, de barbas canas. A su lado, el joven volvió a temblar, pálido. ̶ Debes resistirlo ̶ le dijo, en voz baja ̶ Debes contenerte hasta estar ahí. Y el joven, temblante, luchó por detener el crecimiento de sus uñas a enormes garras. Forcejeó con la bestia que llevaba dentro; tenía que mantener las apariencias.


Segunda parte

La puerta del pasillo se abrió con un fuerte golpe; por ella ingresaron dos soldados armados con ametralladoras, caminaron a lo largo del pasillo, observando a cada uno de los prisioneros sentados en el suelo. Los miraban con malicia, mientras su boca se curvaba en una sonrisa que demostraba pena, asco. ̶ ¿Quién será el siguiente? ̶ preguntó, uno de los soldados. Todos los prisioneros se encogieron en su lugar, se miraron unos a otros y ocultaban sus rostros entre sus brazos. ̶ ¿No voluntarios? ̶ El soldado de baja estatura colocó su arma en la cabeza de uno de los prisioneros ̶ ¿Quieres ir tú? El hombre se negó, con un movimiento de cabeza lento. ̶ Está bien ̶ respondió, el soldado ̶ Vivirás por ahora. Era un juego de azar, en donde los soldados podían asesinarlos si se negaban, o podían simplemente ignorarlos. Los prisioneros sabían eso, después de varias rondas y muertes lo comprendían. Había quienes se la jugaban ̶ como el tipo de esta vez ̶ y otros quienes aceptaban la disputa, por temor a morir de un disparo, sin saber que en la sala de operaciones lo que le esperaba era peor. ̶ ¿Quién será? ̶ preguntó, el otro soldado; un hombre alto de cabeza calva ̶ ¿Tú? Señalaba con el arma a un chico muy joven, adolescente. El tacto frío de metal sobre su frente lo puso a temblar. ̶ Tu irás ̶ dijo, el soldado. El joven miraba alrededor, buscando un consuelo inexistente en el rostro de los demás prisioneros; buscando una señal sobre si aceptar el desafío o no. ̶ ¡Responde! ̶ Gritó. El joven afirmó con la cabeza, luego se negó. Volvió a afirmar. ̶ ¿Crees que es un puto juego? ¡Bastardo! El arma golpeó en seco en la nariz del chico. Sangró y chilló. ̶ Cállalo de una puta vez ̶ ordenó. Y el otro soldado se acercó y le disparó en la cabeza. Los demás prisioneros estallaron en llanto. — ¡Callados! El soldado se acercó hacia el hombre de avanzada edad y lo señaló con su arma. —Tú —sonrió —Un anciano es necesario para el siguiente experimento. El chicho de allá, se ha muerto por llorón; ni siquiera lo necesitábamos en realidad. El hombre tragó saliva forzadamente, y asintió. —Está bien. — ¡Así me gusta! —celebró, el soldado —Que acepten, no que sean unos maricas. Ponlo de pie y alístalo. Su compañero fue a agarrarlo del hombro para levantarlo, pero el joven a su lado retuvo al anciano de la camisa. —No; Heller —dijo, el anciano. —Ellery… —el joven lo miraba suplicante —Ellery… El soldado apuntó al joven con el arma. — ¿Quieres meterte, eh? —Amenazó. Heller lo miró con furia. — ¡No, está todo bien! —Interrumpió, Ellery —Llevadme. Los soldados lo levantaron, y Heller no los perdió de vista hasta que atravesaron la puerta, con el anciano a rastras. Ellery fue obligado a ponerse una bata, en una pequeña habitación en la que lo tiraron fuertemente. El anciano se vistió. —En unos minutos será tu turno —avisó un soldado desde fuera. Ellery se colocó sobre sus rodillas y juntó sus manos. —Que mi sacrificio no sea en vano —susurraba —Permíteme servir útilmente en este día; permítenos concluir lo que empezamos, aún en contra de tus normas. ¡Pero sabes que fue necesario! ¡Para salvar nuestra gente! Rompió en llanto. —Perdóname. Si logramos hacerlo es porque tú lo permitiste, ¡Así que apóyanos ahora!... Lo siento, lo siento… no te diré qué hacer, solo… solo no me abandones. La puerta se abrió dejando entrar un haz de luz cegador. Un soldado le alumbraba directo a la cara con una lámpara. —Andando —Colocó unas vendas en los ojos del anciano y lo sacó a empujones. Ellery fue llevado hasta la habitación de operaciones. —Átelo bien —Ramikov se disponía a intervenir una vez más al paciente —Lo necesitaremos para esta. — ¿Qué es lo que me harán? —preguntó, Ellery. —Bienvenido —respondió, Ramikov —Será un alma más que colabore en beneficio de la ciencia. —Y un carajos… — ¡Shh! —Lo calló —no me gusta ese lenguaje. Ramikov se colocó los guantes y llenó la jeringuilla con un líquido transparente. —Queremos descubrir cuánto resiste el corazón de un anciano —dijo, con su sonrisa macabra —Ya sabe, en condiciones de alerta, de pánico, de susto. Por eso… Se acercó al muslo del anciano y agregó: —Aquí un poco de adrenalina muy cargada —introdujo la aguja de un golpe, fuertemente. Vació su contenido y carcajeó. —¡Muéstrame como funciona esa bomba! El anciano tembló a los pocos segundos. Gritaba desesperadamente; su pecho se elevaba por la intensidad de los latidos. Su cabeza dolía, sus músculos se hincharon y sentía sus ojos a explotar. A la primera carga, Ellery sobrevivió. —Aquí vamos de nuevo —anunció, Ramikov. El anciano, consciente de la pesadilla que le esperaba, gritó horrorizado.

***


En el pasillo de los prisioneros, el grito del anciano los aterró hasta los huesos. Helados, las oraciones empezaron a ser elevadas. Heller gruñía en su puesto, luchando, resistiendo; pero en cuanto el grito llegó a sus oídos, se vio vencido por la fuerza mayor que llevaba en su interior. Sus uñas se rompieron, en el brazo temblante, y dieron paso a unas enormes garras. Sus dientes adoptaron la forma de colmillos y su mandíbula se dislocó, abriendo unas enormes fauces. El prisionero a su lado chilló; volvió su mano un puño y lanzó un golpe. Pero Heller lo detuvo, y acto seguido, arrancó el brazo del hombre de un mordisco.


Tercera Parte

No eran malas intenciones las de la bestia, solo tenía… miedo. En la oscuridad del lugar, Heller lanzaba por los aires a todo aquel que se interponía en su camino. Gruñía como un animal rabioso y enterraba sus garras en los pechos de los hombres, para luego tirarlos contra la pared. Aquellos que permanecían sentados, recogidos contra sus piernas por el temor; resultaban intactos. A medida que avanzaba por el pasillo, los prisioneros dejaron de sublevarse contra él, permitiéndole que caminara a rienda suelta. Heller recorría el lugar con paso lento; su mente aún trataba de acostumbrarse a la nueva forma adoptada. Sus garras descendían hasta poco más debajo de sus rodillas, en su espalda brotaron enormes crestas óseas similares a las de un reptil. Sus piernas se alargaron, al igual los dedos de sus pies. Y toda su piel se volvió grisácea. ¡¿Qué es lo que soy?! Heller abrió la puerta al final del pasillo; los prisioneros, angustiados, vieron en la extraña criatura un rayo de salvación. Heller gruñó y echó a andar. Una lluvia de disparos lo recibió al otro lado. Los soldados voltearon la mesa de manera violenta, tirando al suelo todas las botellas de licor. Se ocultaron detrás de la madera y abrieron fuego sin pensarlo un segundo. ¡Lo que sus ojos veían era aterrador! Su instinto de supervivencia los condujo a disparar una ráfaga mal direccionada, dubitativa. Heller se movió con tal rapidez que sumada a la adrenalina y el temor con que apuntaban los soldados, le permitió esquivar gran parte de los disparos. Corrió dibujando una elipse, y las balas lo seguían muy cerca a sus espaldas, impactaban la pared detrás de él justo el instante exacto en que ya se había movido del lugar. Consiguió acercarse al dúo de soldados detrás de la mesa y de un golpe firme tumbó sus armas. — ¿Quién sigue? —Gruñó, Heller —Tú. Penetró al soldado calvo por el torso y sus garras brotaron tras su espalda. El soldado vomitó sangre y Heller dejó caer su cadáver con indiferencia. —Tú —volvió a gruñir. El soldado gritó lleno de horror, y Heller destrozó su cuello con sus enormes colmillos. La cabeza rodó por el suelo y la bestia la despedazó de un pisotón.

***


—Algo anda mal ahí dentro —Ramikov detuvo el procedimiento antes de inyectar la tercera dosis. Los disparos y gritos se callaron. Ellery, moribundo, rio. —Estás perdido —dijo, el anciano. Ramikov odiaba los misterios, y sobre todo, las amenazas. — ¿A qué te refieres? —Tomó un bisturí y lo presionó contra la garganta de Ellery. —Ya está aquí —sonrió —Ya está aquí. — ¿Quién está aquí? ¡Responde maldita sea! —Clavó el bisturí en el costado del anciano y lo retorció en el interior. Ellery aulló del dolor. —Ya no importa, ya nada importa… ¡Gracias dios! En ese momento el bestial gruñido llenó el ambiente. Ramikov solo pudo pensar en una cosa. —El experimento cero —susurró. Ellery rio. Cientos de veces lo intentó, y ninguna dio resultado. Se rumoraba que fue logrado una vez, a manos de un grupo pequeño de científicos clandestinos; pero que el producto falleció a las pocas horas. Transformar hombres en verdaderas bestias alterándolos genéticamente era tarea prácticamente imposible. La única manera de lograrlo, era combinando el sistema de un hombre, con el de un animal compatible, y bestial. Ramikov lo intentó; desde gorilas hasta rinocerontes; todos los intentos fallidos. Pero… — ¿Co, cómo? —Preguntó, Ramikov, con voz temblante — ¿De dónde sacaron al animal? —Nos llegó del cielo —respondió Ellery, con un hilo de voz — ¡Nos llegó del cielo! Y rio a carcajadas. —Perdóname, creador —susurraba, delirando —perdóname, perdóname. ¡No quisimos usar la energía oscura! Perdóname… Nunca quise acudir a ellos… era necesario… ¡Perdóname por acudir al maligno! La puerta se destrozó, empujada por una fuerza brutal. La bestia cruzó, llena de ira. Los dos doctores que acompañaban a Ramikov corrieron despavoridos y Heller fijó su mirada en el cirujano. Gruñó. —Un paso y muere —amenazó, Ramikov, con el bisturí en el cuello de Ellery. Heller lo observó. La lengua le colgaba en sus enormes fauces. —Atrás —volvió a advertir. Heller vaciló. Dio un paso al frente, amenazante; y Ramikov estalló en su cara una granada cegadora. La bestia intentó atraparlo, dando zarpazos al aire, pero al recuperar la vista, Ramikov no estaba más. Se acercó apresurado a Ellery. —Padre —susurró —Yo… —No hables más, hijo —Ellery tocía, y en cada arcada escupía sangre —Ve… Ve... libéranos. Una lágrima resbaló por el rostro de Heller. Se puso en marcha. Las instalaciones del edificio estaban atestadas de soldados. Heller corría lo más rápido que le permitían sus largas piernas —muy rápido —Y al salir de la sala de operaciones, observó a Ramikov huyendo. Ellery se había arrastrado por el lugar, hasta llegar a los prisioneros. Sus últimas palabras los hizo hombres libre, al informarles de la posibilidad de escapar. Y así lo hicieron, por la salida trasera. —Lo siento —dijo al aire, antes de fallecer, carcomido por la culpa de haber usado a su propio hijo como sacrificio. Y mientras ellos huían; Heller se enfrentaba a un sin número de armamento pesado; balas lo traspasaban en su totalidad. Su sangre caía al suelo, morada. Pero la bestia también cortaba cabezas, incrustaba sus garras y devoraba intestinos. Gran parte de los soldados huía cuando Heller estaba muy cerca. Y Ramikov, cerró las puertas del lugar. —Nadie sale, nadie entra. No hubo soldados sobrevivientes. Pero encerrados en la oscuridad de un lugar destrozado hasta los cimientos; Heller calló, inerte, y Ramikov, con una enorme cortada en su estómago, resultado del enfrentamiento con la bestia —a la cual venció con una escopeta, aprovechando lo mal herida que estaba por los soldados —Se hizo con el cuerpo del animal. En sus últimos momentos de vida lo estudiaría; ¡El experimento que tanto quiso y nunca consiguió! — ¡Sabía que era real! —Exclamaba, al cielo — ¡Sabía que ustedes, criaturas, existían! Reía eufóricamente. — ¡Descubriré como convocarlas! ¡Lo descubriré! Y antes de morir, escribió en un papel parte de un nombre que llegó de manera fugaz a su mente, como un mensaje: Obil…


FIN


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