Estábamos en nuestro lugar favorito – más mío, que de ella – aquel que le enseñé tiempo atrás, en donde las luces de la ciudad no llenan el ambiente con su iluminación artificial, y el cielo se muestra en todo su esplendor, con las estrellas brillantes como candelabros, solo que vistos a millones de kilómetros de distancia. Recostados en el césped de ese alto monte, le enseñaba a ver las constelaciones. Orión, mi favorita, se encontraba en todo su esplendor esa noche.
Y allí nos encontrábamos, con mi canción preferida sonando, viendo el espacio infinito.
“¿Cuántas personas especiales cambian?,
¿Cuántas vidas se viven en forma extraña?
¿Dónde estabas mientras nos elevábamos a las alturas? ”
Su mano no tocaba la mía, y mi piel no sentía la suya. El tacto era innecesario, con nuestras miradas comunicábamos emociones infinitas como el universo mismo, inexpresables en cualquier otro lenguaje.
“Algún día me encontrarás,
Atrapado en una avalancha,
En una supernova de champán en el cielo”
De pronto, una lágrima resbaló por mi rostro, y ella me vio, pero se mantuvo así, inmutable, en silencio. Sin tocarme ni intentar limpiar mis ojos cristalinos. No tenía caso.
“Pero tú y yo, nunca moriremos,
el mundo sigue girando y no
sabemos porque”
En ese, mi verso favorito, finalmente decidió levantarse “Tengo que irme” Dijo. No hubo beso de despedida, ni abrazo o caricia alguna; nunca más lo habría...
Y ahí, en la penumbra de la noche, observando a Orion y su magnificencia, me quedé sólo, viendo a mi novia fantasma partir, recordando el día en que la asesiné, justo en nuestro lugar favorito, con las estrellas de testigo.
“Celos nunca más me darás, y ahora, en el cosmos, solo mía serás” Dije, clavándole el puñal.
Desde entonces, la visito en las noches, y juntos contemplamos las constelaciones.
“¿Cuántas personas especiales cambian?,
¿Cuántas vidas se viven en forma extraña?
¿Dónde estabas mientras nos elevábamos a las alturas? ”
Fin