Siempre recuerdo a mi abuela diciendo que jugar a esconderse en la oscuridad no era nada bueno; porque tratando de encontrar a tu amigo, a tientas, podrías terminar encontrando algo que no esperabas, algo tan macabro como “La cola del demonio”
Las palabras quedaron grabadas en mí ser con tinta imborrable; desde que las escuché, el juego llegó a su fin para mí. Pero en mis días como adulto maduro, descubrí que no se trataba solo de estar jugando, mas de estar rodeado por lúgubres tinieblas.
Me encontraba en casa, en una noche tranquila como ninguna otra. Pasaba el anillo de mi difunta esposa de mano a mano mientras bebía un dulce café. No era una noche fría, al contrario, bastante reconfortante. La paz se marchó, sin embargo, ante el corte de luz inesperado que afectó a todo el vecindario, como pude comprobar por mis ventanas. Como hombre prevenido ̶ cualidad que siempre me ha caracterizado ̶ guardaba mis velas de cera en un cajón de la cocina, listo para momentos como el descrito. Me levanté de la mesa y entré al lugar; la luz de la luna apenas se filtraba por las rendijas de la ventana; me acerqué al cajón ̶ ubicado al lado del espacio que separaba la cocina del mesón ̶ y me dispuse a abrirlo. Mas me vi interrumpido por una pesada respiración proveniente a mi lado; respiración forzada y agitada. El miedo se apoderó de mi cuerpo, dejándome estático. Y me arrepiento de la nefasta acción que realicé a continuación: acerqué mi mano al lugar de donde provenía el ruido; palpé un pelaje espeso, punzante, sobre una superficie lisa. Al seguir moviendo mi mano, llegué hasta una curva que podría compararse a una joroba. ¿La cola del demonio? Claro que no, ¡Lo que tocaba era su lomo! , ascendí y mi mano se aferró a lo que sería un cuerno. Que fuerte fue mi voluntad, al salir corriendo del lugar.
Desde aquel día; un encendedor y una vela reposan juntos en mis bolsillos; como el hombre prevenido que soy.
Fin
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