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Cuervo terror
  • Foto del escritorAnjoss

La anciana Uranda


Desde mi balcón siempre la observaba: se sentaba en su silla roja, fuera de su “tienda de todo” y leía el periódico despreocupadamente. Pero ella sabía que la observaba, estaba enterada de que yo conocía sus malignas prácticas nocturnas. “Es solo una anciana” decían todos, “Deja de imaginar cosas”. Una anciana de largos vestidos que toda la tarde se mantenía sentada en su pórtico, a un lado de su tienda. A veces ingresaba a casa por horas y luego volvía a salir, a veces caminaba a lo largo de la calle sin mayor propósito que el de curiosear, y a veces... a veces me miraba fijamente; yo desde mi balcón, ella desde su silla, me miraba con sus perversos ojos negros, implacables, desafiantes. ¡Es una bruja! Exclamaba a los míos, pero no escucharon, nunca escucharon hasta que fue demasiado tarde...

Parte 1

̶ ¡Génesis! Te estoy diciendo que vayas a comprar, ¡Ya! ̶ gritaba la madre.

̶ ¡Sabes que odio ir! ̶ replicaba, Génesis ̶ ¡No donde esa bruja!

La señora Clara se acercó, desafiante, y se plantó frente a ella, con las manos en la cintura.

̶ Te he dicho miles de veces que no llames así a la señora Uranda, ¡es solo una anciana, dios! ̶ sacó de su delantal unas cuantas monedas y las puso a la fuerza en las manos de la niña ̶ ¡Ve!

Génesis emitió un pequeño alarido una vez más y volteó, enojada, camino a la tienda de la señora Uranda. Ató su cabello en una cola que le caía hasta la parte alta de la espalda, y con paso apresurado salió de su vivienda, en medio de quejas.

“Sabe que odio ir donde esa bruja, ¡nunca me cree nada! “Pensaba Génesis, a medida que bajaba los escalones para salir de su hogar.

La tienda quedaba a pocos metros de distancia ̶ Veinte pasos contados, para ser exactos ̶ y fue precisamente la cercanía al lugar el primer detonante para que la curiosidad de Génesis provocara sus acusaciones. Todo comenzó desde el día en que, observando la ciudad desde su balcón, como acostumbraba la niña siempre, pudo notar que si se recostaba en el piso, unos pasos atrás del límite del barandal, era capaz de mirar parte del interior de la casa de la señora Uranda. La misma noche del descubrimiento, Génesis contó asustada a sus padres que la anciana había bebido sangre directamente del cuello de una gallina degollada, ¡en la sala de su casa! ¡Lo vi con mis propios ojos! Exclamaba.

Ya muy cerca del lugar, sus manos sudaban. La anciana estaba dentro de la tienda, viendo cómo se acercaba la pequeña. Génesis tomó aire y saludó, recordando ciertas palabras de su madre: “¡Y no quiero saber que te portes mal con la señora por tus ideas locas! “

̶ Buenas tardes, señora Uranda ̶ dijo, Génesis.

̶ Buenas tardes, Gene ̶ respondió ̶ ¿En qué te puedo ayudar?

La niña se perdió en cuestión de segundos en la dentadura de la anciana: unos dientes amarillos, desalineados totalmente y con su lengua verde retorciéndose como un asqueroso gusano.

̶ Eh, sí ̶ dijo, volviendo al presente ̶ mí mamá me manda a comprar un poco de ajo.

̶ Ajo, perfecto. ¿Lo desea molido o en grano?

̶ Molido estará bien ̶ contestó.

La anciana se estiró hasta una repisa, en lo alto del local, y agarró una funda que contenía el producto en el interior. Génesis perdía su mirada ahora en las manos de Uranda: Con sus uñas largas, de color morado oscuro y marcadas señales de descuido; con tierra albergada bajo ellas. Sus palmas, callosas y pálidas.

̶ Aquí tienes, Gene ̶ la anciana sonreía.

̶ Gracias ̶ la niña estuvo por marcharse, pero la anciana agregó:

̶ ¿Sabes, Génesis? Eres una niña muy bonita, me recuerdas a mi de pequeña.

La simple idea de parecerse a Uranda sembró en la niña un sentimiento de horror. “Sé educada” se decía a sí mismo.

̶ Ya veo ̶ respondió ella, con un intento de sonrisa.

La anciana estiró su mano y la colocó en la cabeza de la pequeña. Luego escarbó por debajo de sus rizados cabellos. Génesis se llenó de asco al solo imaginar las manos de la anciana recorriendo entre sus rizos.

̶ Un bonito cabello... ̶ agregó la anciana ̶ Una bonita cara...

Había bajado con su mano hasta las mejillas de Génesis, y las acariciaba con pequeños apretones. La pequeña sentía la superficie callosa de las palmas tocando su piel, con un tacto frío. La sonrisa forzada de Génesis se tornó en un gesto incontenible de repugnancia.

̶ Estás perfecta ̶ susurró finalmente la anciana, sonriendo.

Génesis se mantenía en su lugar, helada, el sudor frío resbalaba por todo su cuerpo.

̶ Tengo que irme ̶ logró decir.

̶ Cierto. Pero espera, ten esto, es para ti ̶ la anciana extendió a la niña un chupete.

Génesis lo tomó. Un dulce nunca venía mal, no para un niño. “No es una extraña, después de todo” pensó antes de aceptarlo. Y en efecto, no lo era. La señora Uranda era conocida por todos en el vecindario, varios años llevaba en su tienda; pero por primera vez su verdadera naturaleza saldría a la luz, con una pobre niña pagando el precio.

̶ Gracias ̶ pronunció; y se marchó a paso apresurado, tal como había llegado.

Antes de ingresar a casa, Génesis abrió el chupete; retiró la envoltura y a punto de llevarlo a su boca, el caramelo se llenó de hormigas, ¡salían de todos lados! La bola de dulce se desprendió de su palo, comida por los insectos, y cayó al suelo, en donde seguía siendo devorada. Génesis volteó a ver a la anciana, en su pórtico, y la señora Uranda reía. ¡Esa maliciosa risa que todos confundían con amabilidad! La niña entró corriendo, asustada. Esa noche, verdaderas pesadillas invadieron sus sueños.

PARTE 2

La pequeña escuela a la que Génesis asistía preparaba una minga por el sector. Los vecinos del lugar eran desaseados, y las calles estaban ya bastante sucias. Los niños no estarían obligados a ir, pero la motivación eran muchos dulces y una buena calificación de conducta para quienes asistieran. Génesis, como era de esperarse, no se vio convencida por ninguna de las dos ofertas.

̶ ¡Vas a ir de todas formas! ̶ exclamaba su madre ̶ ¡Tienes que ser útil! Todos los niños irán, ¿Qué crees que dirán las vecinas luego? “Oh, mira, la hija de Clara no ha venido, su madre no le enseña nada” No pienso tolerar tales rumores.

̶ Mamá, es una minga para los niños, ¡Los padres ni siquiera irán! ̶ argumentaba, la hija.

̶ Los niños son muy habladores, Génesis, no dudes que les contarán que faltaste. ¡Y mi hija no se perderá la minga por nada! Colabora en la limpieza, ¡Sé un buen ciudadano!

Génesis se sintió totalmente burlada; un sin número de veces había visto a su madre tirar empaques de basura a la calle, ¡pero quería que fuera a la minga! “Ve tú, tú eres quien ensucia, así que tú ayuda” se vio tentada a decir, pero la razón la obligó a callar.

̶ Si no vas ̶ agregó, Clara ̶ No tendrás permiso de salir con tus amigos.

̶ ¡Eso es muy injusto! ̶ protestó Génesis. Luego entendió que su madre hablaba en serio ̶ Iré. Pero me pagarás con horas extra de juego.

Clara se colocó un mandil de cocina y agarró un cuchillo.

̶ Como sea. No olvides que es hoy, en la tarde.

Génesis rezongó; “¡Qué injusticia!”

El punto de encuentro era el parque del sector. Un lugar al que ya nadie asistía por su cantidad excesiva de montes; sin contar a los borrachos, que conquistaban el sitio durante la noche.

Todos formaban un extenso círculo frente a la maestra Irene; una señora de tez morena, que trataba dulcemente a los niños. Ellos la llamaban “Tía” y cada queja, era anunciada a ella. Por otro lado, estaba la maestra Tania, una señora de edad avanzaba cuya especialidad eran los malos tratos y las miradas furiosas.

̶ Génesis, has llegado ̶ dijo, Irene ̶ colócate en el círculo, junto a tus amigos.

Los únicos con quienes se llevaba eran dos chicos, que a decir verdad, tampoco le agradaban del todo. Pero le gustaba pasar tiempo con ellos, especialmente cuando se trataba de jugar a las cartas, Génesis era campeona en el juego raspaditas y su mazo crecía en cada juego.

̶ Llegas tarde, Armagedón – saludó Pedro, el más alto de ellos.

̶ No me llames así, idiota ̶ respondió, ella.

El apodo era claramente una insinuación a que Génesis, era un verdadero desastre, por lo que debía llamarse Armagedón, haciendo contraste a su nombre. Las ideologías religiosas estaban muy bien impuestas en esos niños, que ya se manejaban con tales términos.

̶ La niña ha venido enojada ̶ agregó, Mario, un chico poco agraciado.

̶ Mi madre me ha obligado a venir. Así que me toca desquitarme con ustedes.

̶ ¡Génesis, deje de hablar! ̶ exclamó, Tania ̶ No estamos aquí para conversar.

Los niños se rieron de la reprenda,} y Génesis volteó los ojos.

̶ Chicos ̶ dijo, Irene ̶ Nos separaremos en tres grupos. Hoy ha venido una ayudante especial, que ha decidido unirse a la causa. Todos la conocemos; saluden a la señora Uranda.

La anciana estaba sentada en uno de los columpios, meciéndose discretamente. Saludó con la mano, desde lejos. A Génesis, el hecho le volcó el estómago.

̶ Estás temblando ̶ comentó, Mario.

Las manos de la niña habían empezado a sudar, acompañadas de un leve temblor.

̶ No es nada ̶ dijo. Y en su mente pensaba “Que no me toca con ella, que no me toque con ella”

La maestra dividió el círculo en tres partes. Una sería para ella, una para Tania, y otra para Uranda. “Que no me toque con la anciana, por favor que no me toque con la anciana” De pronto la pesadilla sufrida la noche anterior volvió a su memoria: la anciana la ahorcaba con sus horribles manos, diciendo que tenía un cuello muy bonito.

̶ Este grupo irá conmigo ̶ dijo, Irene, llevándose con ella a Pedro.

“Oh, no; que no me toque con Uranda, por favor”

̶ Este grupo ̶ señalaba al que Génesis pertenecía ̶ irá con la profesora Tania.

Génesis volvió a respirar con tranquilidad, “Cualquier cosa es mejor que la anciana”

El trabajo se puso en marcha, el grupo de Irene se dirigía calle arriba, y los dos grupos restantes calle abajo, en donde el área por abarcar era mayor.

Génesis examinaba a la anciana desde lejos. El simple hecho de verla le causaba pánico. Uranda volteaba por ocasiones y le sonreía; pero Génesis desviaba la mirada al instante. Mientras recogía un paquete de basura del suelo, pudo observar como un gato se acercaba a la anciana, y al momento en que Uranda se disponía a acariciarlo, el gato le gruñía, mostrando sus filudos colmillos, en posición de ataque. La anciana se percató de que Génesis observó el hecho, y una vez más, le sonrió.

La calle bajaba en cuesta hacia una casa abandonada, de espeso monte en ella. En cuestión de segundos, Uranda había desaparecido; y Génesis, vio a un niño entrar a la casa. Su corazón sabía la decisión que la niña tomaría, y latía con rapidez.

Génesis se acercó a pasos lentos a la vivienda abandonada; era de caña, incompleta. Se cuidó de no ser vista por la maestra e ingresó. Escuchaba susurros provenientes del interior, y dentro la casa estaba llena de pasillos incompletos, y en el espacio en que un cuarto sería construido ̶ algún día ̶ vio a Uranda, de espaldas. Delante de la anciana, un niño estaba arrodillado.

̶ Con cuidado ̶ decía la anciana.

Génesis se arrimó contra la pared, abriendo mucho los ojos.

̶ Eso es ̶ continuaba la anciana ̶ que fluya, que fluya.

Al asomar más su cabeza, Génesis descubrió la navaja que la anciana cargaba en su mano, y el corte profundo que realizaba en la muñeca del chico. La sangre caía a un envase de vidrio.

̶ Esto me ayudará mucho, pequeño ̶ agregó Uranda.

Génesis, sobresaltada, se llevó la mano a la boca. “Tienes que hacer algo, Gene” le decía su mente, “¡Haz algo!”

̶ ¡Alto! ̶ exclamó, la niña ̶ ¡Déjalo!

Lágrimas habían comenzado a resbalar por su rostro.

̶ Oh, pequeña Génesis, ¿De qué estás hablando?

̶ ¡Lo está cortando! ̶ Génesis estalló en llanto ̶ ¡Déjelo!

La anciana colocó su mano en el hombro del niño, y el pequeño se puso de pie, con la sangre cayendo a chorros por su muñeca.

̶ ¿Te he hecho daño, pequeño George? ̶ preguntó Uranda.

̶ No ̶ respondió el niño.

La mirada de George era perdida, fija en un punto del infinito, en el techo.

̶ Estás cortado, George ̶ dijo, Génesis ̶ Mírate las manos.

El niño vio la sangre cayendo gota a gota en el piso.

̶ No es nada ̶ respondió.

Génesis se acercó al niño y lo agarró del brazo.

̶ ¡Vámonos! ̶ exclamó.

̶ George, no vayas con ella ̶ dijo, la anciana; y con voz dura, agregó ̶ Quédate.

El niño se soltó de la mano de Génesis, y cuando ella intentó sostenerlo de nuevo, George le soltó una cachetada, dejando parte de su sangre en la mejilla de Génesis.

̶ ¿Qué sucede aquí? ̶ Tania ingresó furiosa al lugar.

̶ George me ha golpeado ̶ chilló, Génesis ̶ La anciana, ella.. Ella lo ha cor- cortado, en sus muñecas.

La maestra soltó un grito de sorpresa, mirando con desprecio a la anciana. Se acercó al pequeño George y le analizó las muñecas, mas en ellas, la piel estaba intacta. Tania volteó a ver a Génesis, furiosa.

̶ ¡Pequeña mentirosa! ̶ exclamó, la maestra ̶ George no tiene nada. ¡Has querido culpar a la pobre señora Uranda de algo terrible! Estás castigada, niña.

Génesis, incrédula, se acercó a George, analizó las muñecas del pequeño y comprobó que estaban libres de sangre alguna, y no había herida.

̶ Pero... la sangre, el frasco ̶ decía, chillando.

Luego vio la sonriente mueca de la anciana, y la niña estalló en llanto.

̶ ¡No me vengas con chillidos! ̶ gritaba la maestra ̶ ¡largo!

Génesis corrió, con sus ojos empapados. En cada pestañeo veía la perturbadora mueca sonriente de la anciana. Al llegar a casa, se encerró en su habitación, sin abrirle a su madre, que se enfadó por el hecho. Y tirada en su cama, cayó dormida, inundándose en un mar de pesadillas.

En medio de la noche, Génesis despertó, y sumergida en la oscuridad de su habitación, una voz resonó en el silencio: “Ven Génesis” llamaba la voz, “Ven Génesis” La niña distinguió la horrible voz de la anciana Uranda, y por algún motivo desconocido, sentía la necesidad de ir hacia ella.

Parte 3

Al fin sábado, pensó Génesis. Finalmente libre de las clases, de sus profesores que no hacían más que molestarla y de todos sus compañeros. Después de lo sucedido en la minga, lo único que deseaba era desaparecer bajo tierra y nunca más tener que ver las caras de los ineptos del salón. “Los odio a todos, a todos” pensaba Génesis. Ser amistosa nunca fue su fuerte; suponía que ahora, después de lo sucedido, los únicos dos tontos que tenía de amigos se alejarían también de ella. El conflicto la distrajo un momento, ¡pero era sábado! Ya habría tiempo de pensar en eso. Los sábados eran sus días favoritos para sentarse en el balcón y observar la calle. De vez en cuando se inspiraba en algún ave posada de los faros y la dibujaba en su libreta. Tenía buena mano para el dibujo y amaba hacer los relacionados con la naturaleza; a veces se imaginaba de adulta, siendo famosa por los cuadros tan espectaculares que pintaría. “Señorita, Génesis, ¡una verdadera maestra! “Le dirían los críticos de arte.

Pensar en ello estimuló su inspiración. Tomó pluma y su libreta, y esta vez, sin necesidad de tener el ave en frente, empezó a dibujar. El paisaje resplandecía en su cabeza, en su imaginación; y decidió que no necesitaba más. “Crearé mis propios universos” pensaba, “Lleno de dulces” y sonreía al figurarlo. Los trazos que lanzaba eran veloces; su mano se movía con vida propia y ella lo único que hacía era ver como las líneas poco a poco tomaban forma, hasta que el dibujo final estuvo listo, y al observarlo, ¡tiró la libreta a un lado! El cuaderno cayó abierto al suelo, y en su hoja, el dibujo de un ave de dos cabezas, con las alas transformadas en garras, y el torso a esqueleto vivo, provocaron en Génesis un pánico indescriptible, ¡Que abominación había creado! “No, yo no lo hice” pensaba, desesperada, “¡Yo no hice eso!” inconscientemente, ahora gritaba las frases fuera de su mente, “¡No fui yo!” Y los ojos del ave se clavaron en los suyos, penetrantes, impasibles, con una mirada gélida que se coló hasta lo más profundo de su alma; y Gema tembló, mientras gotas de sudor frío bajaban por su espalda. “¡El ave me quiere comer!” Gritaba en su mente, “¡El ave me quiere comer, quiere llevarse mi alma!” Se puso de pie, se asomó al balcón y vio la causa de sus temores, ¡la causa del ave maldita! Y la anciana Uranda sonreía, con gran júbilo y satisfacción. La voz sonó en sus oídos.

̶ Ven Génesis ̶ llamaba la extraña voz ̶ ven a mí.

“El ave me quiere comer, quiere llevarse mi alma”

̶ Debes venir, pequeña Gen; tengo un lugar para ti.

“¡No vayas Génesis, no lo hagas!”, “El ave me quiere comer”

̶ ¡Ven ahora! ̶ exclamó la voz en su cabeza.

“Quiere llevarse mi alma”

Y Génesis caminó. Descendió las escaleras y sus pies danzaban hacia la anciana Uranda, que la esperaba en su pórtico, sonriente.

Génesis despertó del extraño sueño. Todo se sentía distante, la voz de la anciana Uranda llamándola parecía ser solo un murmullo lejano que se acercaba de manera lenta. Recordaba un extraño dibujo, “El ave me quiere comer” y la manera en que se dirigió a algún lugar, ¿A dónde? “Quiere llevarse mi alma” ¿Fue acaso a la tienda de Uranda? Qué extraña pesadilla. Dispuesta a despertar de una vez por todas, hizo ademan de levantarse, pero un peso se lo impidió. Intentó mover sus brazos, y la acción se vio limitada. La superficie de cuero irritaba sus muñecas, una fricción quemante.

̶ Has despertado ̶ dijo, Uranda.

Génesis dio un respingo ante la voz. Su corazón bombeó más fuerte y sus pupilas se dilataron del todo. Las ataduras la mantenían pegada a la silla de madera; correas de cuero en muñecas y tobillos.

̶ ¿En dónde estoy? ̶ preguntó, Génesis, alterada.

̶ En mi quiosco ̶ respondió la anciana ̶ Bueno, más adentro. En mi casa, en mi sala.

Sonrió.

̶ ¿Qué haces? ¿Por qué estoy atada? ̶ Hizo un intento inútil por zafarse.

̶ No es nada, cariño, pronto acabará todo.

El lugar tenía solo un mueble largo, contra la pared, y una mesa redonda de diámetro pequeño en medio.

̶ ¡Suéltame! ̶ chilló, Génesis ̶ ¡Déjame ir!

̶ ¡No me hagas amordazarte! ̶ amenazó, Uranda.

Génesis lloró, el miedo y el pánico se apoderaron de sus emociones.

̶ No llores, pequeña ̶ agregó, la anciana ̶ Te aseguro que nada malo te sucederá.

̶ ¡Eres una bruja! ̶ gritó, Génesis ̶ ¡Ayuda, ayuda!

Uranda le tapó la boca con su mano callosa, y de manera rápido agarró un trapo que descansaba sobre la pequeña mesa y se lo introdujo a Génesis en medio de los dientes.

̶ ¡He dicho que te calles! ̶ exclamó.

Génesis balbuceó palabras inentendibles, y por sus ojos resbalaban lágrimas.

̶ Seremos buenas amigas cuando me una a ti ̶ comentó, la anciana.

Luego se sentó frente a Génesis, en una silla de madera. Cargaba en sus manos dos frascos de cristal, uno lleno de un líquido verde, espeso, y otro de sangre.

̶ Verás ̶ continuó ̶ Ya estoy muy anciana. Este cuerpo, está muy anciano ̶ hizo énfasis en esta última oración ̶ Por lo que necesito volver a renovarme.

La mirada de Génesis se tornó confusa.

̶ transferiré mi alma al tuyo, al igual que la transferí a este ̶ soltó una risa macabra ̶ y al anterior, y al anterior... ¡Dios, ya no sé cuántos años tengo! Soy una bruja demasiado buena para morir, ¿Sabes?

Génesis gritó, pero sus alaridos se ahogaron en la mordaza.

̶ Tranquila, no será doloroso ̶ dijo, la anciana ̶ y cuando esté listo, ni siquiera sabrás que me he hecho con tu cuerpo.

Uranda carcajeó, revelando su dentadura cada vez más putrefacta.

̶ Las artes oscuras te desgastan; pero con un cuerpo joven como el tuyo tendré para toda una vida más, ¡Toda una vida!

Génesis se revolvió en su asiento, con gran desesperación. Pero sus músculos pronto se agotaron, no había manera.

̶ Tranquila; asesinaré a tu familia de manera rápida, es una promesa.

La anciana destapó el frasco verde, y el ambiente se inundó de un rancio olor a rata muerta. Génesis dio arcadas. Destapó el segundo frasco, y el olor que desprendió era a óxido.

̶ Sangre ̶ dijo ̶ La del niño de la minga, jeje. Lo otro... no quieres saber qué es.

Bebió la mitad de ambos frascos. Luego combinó las partes restantes en uno sólo.

̶ Tu turno ̶ agregó. Hizo el trapo hacia abajo y en un movimiento rápido derramó el espeso líquido en la boca de Génesis. Movió la cabeza de la niña hacia atrás y le cerró la nariz.

̶ Bébelo todo, pequeña, es la única manera en que funcionará.

El sabor del brebaje era nauseabundo. Génesis estuvo por vomitarlo todo, pero Uranda le regresó el reflujo con un fuerte impulso hacia atrás. Cuando terminó, su cuerpo se llenó de un extraño cosquilleo. Uranda, sentada frente a ella, cerró los ojos y pronunció unas extrañas palabras.

̶ Será mío ̶ decía ̶ ¡mi cuerpo!

La extraña pronunciación de aquel idioma inentendible despertaba en Génesis gran temor. La anciana dejó de hablar, de golpe. Se acercó y desató las manos de Génesis.

̶ Observa ̶ murmuró Uranda.

Las manos de la niña se elevaron al cielo, luego descendieron bruscamente.

̶ Yo las controlo ahora ̶ dijo ̶ Son mías ahora; ¡Y pronto lo será todo tu cuerpo!

Las manos de Génesis se juntaron para agarrar su propio cuello. Aplicaron presión.

̶ Estoy bromeando ̶ la anciana sonrió, y las manos descendieron ̶ Cuidaré bien de tu templo, Gene.

La anciana cerró los ojos y retomó el ritual. Génesis sollozaba; al intentar mover sus manos, no encontró más que vacío, ya no respondían a sus deseos.

̶ Siguen tus pies ̶ murmuró, Uranda.

Las extrañas palabras eran pronunciadas una vez más; Génesis cerró sus ojos, esperando lo peor, y lo peor no sucedió. Escuchó un fuerte grito de la anciana, y al abrir los ojos, se encontró a sus dos tontos amigos lanzando piedras a la bruja.

̶ ¡Déjala! ̶ gritaban ̶ ¡Bruja!

En una búsqueda para jugar raspaditas con su amiga, invadieron la propiedad de Uranda para preguntar por Génesis; pero lo que encontraron, fue a su amiga atada a una silla, llorando. Regresaron con piedras en mano.

La anciana agarró uno de los frascos vacíos y lo lanzó a la cabeza de Mario. Sangró. Uranda se acercó, amenazante, y de su espalda sacó una navaja. El niño echó a correr, y en un tajo rápido, Uranda le desgarró parte de la camisa

̶ Tendremos que hacer esto rápido ̶ dijo ̶ Ya no hay tiempo que perder.

Al voltear, Génesis no estaba.

Sentados, detrás del mesón de la cocina, Génesis y Pedro esperaban, impacientes.

̶ ¡Niña tonta! ̶ gritó, la anciana.

Las manos de Génesis tomaron vida, y le dieron un fuerte agarrón de cabello.

̶ ¿Qué haces? ̶ preguntó, Pedro.

̶ No soy yo ̶ chilló, Génesis.

Volvieron a dar el agarrón, y esta vez gritó.

Uranda descubrió la posición de los niños, y furiosa, con la navaja en mano, caminó directo a ellos. Los vio sentados detrás de su mesón. Levantó la navaja y dijo:

̶ Sólo la necesito a ella.

Su brazo se elevó velozmente, y en medio del descenso, se detuvo, invadida por un dolor infernal.

̶ ¡Deja a mi hija! ̶ gritaba, Clara, clavando un cuchillo en la espalda de la anciana.

Uranda cayó al suelo, con sangre manchándolo todo. Las manos de Clara estaban rojas, y penetró una vez más en el estómago de la anciana. La sangre brotó a chorros. Uranda no cambiaría más de cuerpo.

Lo siguiente sucedió de manera rápida; el cuerpo inerte de la anciana fue levantado por la policía; se tomaron declaraciones y se alegó defensa personal. Génesis nunca superaría el hecho, sobretodo, porque perdería el movimiento de su mano derecha para siempre. La izquierda, la controlaría a totalidad, pero su mano artística no tuvo salvación y sus aspiraciones de dibujante fallecieron.

Epílogo

Una fría tarde de invierno, una joven que no superaba los treinta años de edad, a la que conocían como Génesis Una Pieza ̶ alegando a la disfuncionalidad de su mano derecha ̶ trabajando de enfermera, en la Clínica Prado, recogía en un frasco la sangre de una niña de doce años de edad, y lo guardaba cuidadosamente. Sus aspiraciones artísticas se harían realidad, muy pronto.


FIN

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