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Cuervo terror
  • Foto del escritorAnjoss

El silbido del diablo



La historia a punto de contarse tomaba lugar en una lejana granja, aquellas en las que te aíslas del mundo, donde no pasa vehículo alguno, y si lo hace, es solo un viejo camión de carga que seguro había perdido su rumbo. Es común escuchar toda clase de historias en estos sitios, sobretodo, historias salidas de lo normal; pero la siguiente ha salido de una pesadilla. Como de costumbre en las familias de campo, o al menos en esta, el reloj marcaba las cinco de la madrugada y todos empezaban a despertar. Christian se desperezó un momento antes de levantarse, luego abrió el toldo y salió a un día más de trabajo. Era el único niño en la familia, acababa de cumplir doce años y era el encargado del cuidado de los animales. En la habitación contigua se encontraban sus padres, Margaret y Arcadio; despertaban ruidosamente lo que ocasionaba que los perros y gallinas de la casa despertasen también. Se sentaban juntos a desayunar en una pequeña mesa para cuatro, donde la madera empezaba a agrietarse. El desayuno era abundante y cargado de almidones. Una vez terminaban, cada uno se dirigía a realizar el trabajo correspondido, el padre iba a los campos de cosecha, el hijo a los animales y la madre se dedicaba a las tareas hogareñas. Christian apreciaba a los animales, en especial a monty, un cerdo gordo y pesado que desde el momento de nacer captó la atención del niño. A monty lo alimentaba al final, para poder quedarse jugando con él. Aquel día, al terminar de alimentarlo, descubrió que monty tenía un rasguño en su lomo, no era tan grande, tampoco profundo, el chico supuso que era resultado de alguna pelea con otro animal. Lo curó usando varias pomadas, le tomó tiempo y la hora del almuerzo llegó, once de la mañana. Su madre ya los llamaba a gritos y sonaba una pequeña campana; se dirigió a la casa y se sentó en su lugar de la mesa. — Hoy monty tenía un rasguño, es raro — dijo Christian. — Te he dicho que no los nombres, serán tu comida algún día — respondió el padre. Christian fingió no escuchar eso. — Tal vez se peleó con otro animal, podríamos tenerlo en casa hasta que sane. — No, hijo — dijo la madre — está bien donde está, cada animal tiene su lugar, seguro fue algún accidente y no una pelea como crees. Dicho esto finalizó la charla, Christian sabía que era imposible cambiar la opinión de sus padres, y cuando lo intentaba lo regañaban. Olvidó el tema, pero a su mente acudió otro. — ¿Qué fue el silbido anoche? — preguntó Christian. — ¿Silbido? ¿Qué silbido? — decía la madre mientras llevaba una presa de pollo a su boca. — Era suave, pero se ponía fuerte en cada momento — el padre lo miró de manera extraña. — ¿No te duele el oído? — preguntó el papá. — No, mi oído es perfecto. — Que raro, también lo escuche hace días — agregó Margaret. La discusión terminó acordando en realizar una visita al médico; el día siguió su curso con normalidad, la hora de dormir se acercaba pero Christian siempre se despedía de monty primero. Fue a verlo al establo y tenía la herida más grande, había crecido unos centímetros; Christian buscó a su padre y prometió que arreglaría el problema por la mañana, que ahora debían dormir. Tocaron las ocho de la noche y todos dormían plácidamente, pero un suave silbido despertó a Arcadio, era un sonido lejano y solitario que se intensificaba poco a poco, dando la impresión de que se acercaba. Arcadio se sentó en el borde de la cama, aún adormilado trataba de pensar que causaba el sonido. Pasaron varios minutos antes de que el silbido llegara a su máximo punto, transformándose en un silbido molestoso que retumbaba en los oídos, provocando un leve dolor de cabeza; al ver que nadie despertaba, Arcadio supuso que tenía algún problema interno y cuando estaba a punto de despertar Margaret, el sonido se detuvo; de golpe, como si alguien lo callase. Arcadio procedió a levantarse y un extraño ruido entró a la casa, era el ruido de un grito, alguien gritaba, o algo. El hombre corrió fuera de la casa y al ver lo que tenía en frente se congeló sobre sus pies. Observó a monty corriendo alrededor de toda la granja, chillando desesperadamente, chillando de manera estruendosa. Sobre el, una extraña criatura estaba sentada, y me refiero a eso como una criatura !porque esa cosa no podía ser humana¡ aunque lo pareciera, no lo era. Aquello que lo montaba poseía enormes garras en las manos, las cuales clavaba en el lomo y costillas de monty, ocasionándole un dolor infernal. Su cabeza la cubrían unos finos y largos cabellos, llegaban hasta la parte más baja de su espalda; pero eran pocos cabellos, tan pocos que dejaban ver la piel bajo ellos, como una débil cascada deja ver las rocas detrás de ella. Sus ojos eran perfectamente circulares, pero vacíos, o tal vez totalmente negros. Tenía una nariz delgada que se alargaba hasta topar su labio superior, su sonrisa de oreja a oreja mostraba su escalofriante dentadura llena de colmillos y nada más que colmillos. Varios huecos en carne viva cubrían su rostro, donde al parecer faltaban pedazos de piel. Solo vestía una bata negra que se confundía con el color de la noche; y sus pies eran solo dedos. Arcadio reaccionó pasado un momento, rápidamente entró a su habitación y volvió con escopeta en mano, disparó al extraño ser y este solo soltó una carcajada muy aguda, disparó de nuevo y la bestia desapareció. Al acercarse, la herida del cerdo cruzaba todo su lomo, pero no había nada allí donde la bestia clavó sus garras. Llevó al cerdo a la porqueriza y lo encerró.


La conversación surgió en el almuerzo del siguiente día.

— No quiero que toques a monty — dijo el padre.

— ¿Por qué? — preguntó Christian, sorprendido.

— Anoche he visto al diablo montándolo — la expresión de todos se volvió sombría — he decidido sacrificarlo.

— ¡No! , es mío, no puedes hacerlo — reclamaba Christian — ¿tú que crees mamá? Papá está loco.

— Hijo, si tú lo padre lo dice…

Christian se levantó con apuro y fue a ver a monty, el niño notó que la herida creció, mucho más grande, la toco con sus dedos y estaba ardiendo.

— Todo estará bien — le dijo.

— Déjalo — no sintió llegar a su padre — largo de aquí, ve a tu habitación.

— No papá, por favor…

Tomó a Christian del hombro y lo sacó del establo. Christian se fue con la cabeza gacha.

Arcadio desenvainó su machete y acostó al cerdo en el piso, lo presionó poniendo el pie encima y el cerdo chilló, un chillido que sobresaltó a Arcadio; agarró fuerte el machete y a punto de lanzar el primer tajo advirtió que Christian lo veía desde lejos. Guardo el machete de nuevo y se marchó, dispuesto a realizar el trabajo en la noche.

Entrada la noche el padre despertó, esta vez salió con la escopeta — un tiro en la cabeza y el animal estará muerto — pensaba. Llegó al establo cuando el silbido se presentó de manera suave, aumentando rápidamente. Monty estaba parado , esperando asustado, sabía lo que seguía a continuación.

Arcadio alzó el arma, pero algo lo empujó por detrás, al caer vio al monstruo responsable, al diablo, como lo había llamado. Tumbado en el suelo disparó a la bestia, pero esta soltó una carcajada; disparó de nuevo y no dio resultado. A su lado, monty lo miraba inmóvil, sin reaccionar. Arcadio le disparó y el cerdo cayó inerte al suelo. Al caer el cerdo, la bestia cayó también, pareció desmayarse.

El granjero se levantó, cargó el arma mientras salía lo más rápido que podía hacia su casa, despertó a todos y los reunió en la sala.

— ¿Qué sucede? — preguntó Margaret.

— Debemos irnos ya, hay una cosa…

El silbido sonó de nuevo, fuerte y agudo, Arcadio salió de la casa para inspeccionar, detrás de él caminaban su mujer e hijo.

La bestia estaba afuera, riendo y silbando, los miraba con su sonrisa llena de colmillos.

— Ese silbido, es el que escuche el otro día — dijo Christian, que se escondía detrás de su madre.

— ¿Cuándo hijo? — preguntó Arcadio, deseando que sus sospechas no sean reales.

— Hace días, les conté pero dijeron que no lo habían escuchado.

Arcadio abrió los ojos, asustado ante la declaración.

— Hijo, quítate tú camisa — dijo Arcadio.

Christian retiró su camisa, dejando al descubierto una herida en su espalda, un rasguño que lo cubría todo. Al ver esto Arcadio se paralizó, de alguna manera sabía lo que tenía que hacer, pero no quería.

La bestia soltó una carcajada, y en un pestañeo, echó a volar hacia ellos, se despegó del piso como una pluma y volaba hacia ellos mostrando sus enormes garras y su malévola intención de enterrarlas en él.

Arcadio reaccionó velozmente, su instinto sabía lo que necesitaba para sobrevivir, y lo hizo. En un volteo rápido disparó a Christian; el niño cayó en cuestión de segundos, y la bestia se desplomó en el aire también.

La bestia se levantó enseguida, pero al hacerlo, sus garras cayeron al piso; lanzó un grito de desesperación, pero luego rió, rió mientras señalaba a Margaret, quien arrodillada en el suelo no paraba de llorar por Christian.

Arcadio se acercó a Margaret y le quitó la blusa a la fuerza dejando al descubierto el mismo rasguño. Arcadio no lo pensó más, alzó el arma y disparó cual tarea estaba acostumbrado a realizar, pero la verdad era que quería vivir, acuesta de todo, acuesta de perder su conciencia.

La bestia gritó una vez más y su piel se esfumó, se evaporó en el aire dejando al descubierto un esqueleto aterrador, en cuyo cráneo se observaban dos pequeños montículos, dos cuernos. Pero su cabello seguía intacto.

Desesperado, Arcadio pensaba en qué le faltaba, qué había pasado por alto. Fue entonces que al observar que la bestia no paraba de mirarlo, bajó su mirada al brazo en el que sostenía la escopeta y vio el rasguño que lo cruzaba.

Sin saber cuándo ni dónde se lo hizo, llevó el arma hasta su boca; pero luego la arrojó a un lado, era demasiado cobarde para apretar el gatillo, demasiado egoísta.

Arcadio se dejó caer en sus rodillas mientras lamentaba su existencia; la bestia se le acercó y montó en su espalda, seguro sonreía, ya no podemos saberlo.

El granjero se levantó y comenzó a caminar, esperando que algún día alguien lo sacase de su miseria.

FIN

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