En un paseo vespertino, mientras el ocaso tenía lugar, el cielo se pintó a manos del sol de un color rojizo que ganaba intensidad en las cercanías del horizonte. Su tonalidad era una magnificencia de la naturaleza; a ojos del correcto observador, podía considerarse un cuadro valorado en millones de dólares. Y contemplando la maravillosa escena, supe que pronto todo quedaría oscuro, que el sol desaparecería de la vista junto con su gama inspiradora y mi visión tendría que acostumbrarse a la penumbra venidera.
Me pregunté entonces, ¿Son nuestros días un ocaso momentáneo? ¿Cuán intenso se presenta el momento placentero, antes de sumergirnos en la oscuridad de la noche? Suceso inevitable, tinieblas regocijadoras que no nos sueltan hasta la creación de una luz nueva, protagonizada por una estrella lo suficientemente radiante. Las noches son necesarias, me dije; de lo contrario, ¿Cómo conocería el hombre su naturaleza lóbrega, y lo que lleva consigo a las sombras? ¿Cómo descubriría su capacidad de deambular entre ellas? Y, sobre todo, ¿Cómo aprendería a distinguir las siluetas de deseos penumbrosos una vez sumergido? Las noches son necesarias, y yo soy un navegante experimentado.
Tomé una fotografía, para recordar el momento. Después, me sumergí en las sombras.
- Anjoss